Si algo se nos da bien a los occidentales, es sacar beneficio hasta de las cosas más sucias. Que la basura es un negocio que mueve muchísimo dinero y con enormes intereses, lo sabemos todos. Pero lo realmente peligroso, es que cada vez generamos más basura ya que sale más barato comprar algo nuevo que arreglar algo roto. Esa mentalidad, nos está llevando al abismo de la inmundicia.
Uno de los mecanismos más sórdidos que alimenta al monstruo de la basura, es la llamada obsolescencia programada, el hijo más querido del consumismo salvaje y desbocado. Se fabrican productos con intencionada fecha de caducidad: se programa el fin de su vida útil. La brillante idea nació en 1932, para luchar contra la Gran Depresión y hoy en día se utiliza sobre todo en los componentes eléctricos y electrónicos, mediante el siguiente procedimiento: uno de los aparatos electrónicos de uso habitual falla, y cuando el dueño lo lleva a reparar, en el servicio técnico le dicen que resulta más rentable comprar uno nuevo que arreglarlo. Así de simple, se consigue que el consumo esté siempre vivo.
El que sale perdiendo, como casi siempre es el medio ambiente. Una de las consecuencias más indeseadas de este mal, es la ingente generación de basura que supone, sobre todo basura electrónica, cuyo reciclaje es muy costoso. Los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos contienen materiales recuperables, que evitan la explotación de nuevos recursos naturales, y otros que pueden ser contaminantes, de modo que si no se les trata adecuadamente pueden resultar dañinos para el ambiente. Y la realidad es que los vertederos electrónicos se han convertido en una peligrosa fuente de contaminación, sobre todo en los países pobres, dónde se llevan ese tipo de deshechos.
Un interesante documental sobre este tema es “comprar, tirar, comprar” de Cosima Dannoritzer